miércoles, diciembre 13, 2017

Esteban Fernández: UN JOVEN ANORMAL

UN JOVEN ANORMAL

Por Esteban Fernández
13 de diciembre de 2017

Un domingo como a las cuatro de la tarde estoy acompañando a mi padre mientras jugaba al cubilete con sus amigos en la Viña Aragonesa. Mi madre decía que yo era el único que podía sacar a mi padre de una barra.

Ese día puse en riesgo esa “facultad” y le dije al viejo: “Va-mo-nos” dividiendo el “vámonos” en tres silabas para imitarlo y congraciarme con él. Me dijo: “¿Tú sabes dónde puse mi sombrero?” Sonriente y triunfante le dije: “Ahora te lo traigo, papi”.

Salimos de la Viña, el viejo estaba contento y me dijo: “No tuve que pagar por una sola cerveza, todas las gané con los dados del cubilete”.

Derechito, sin dar un solo tumbo, y hablando coherentemente nos dirigimos para nuestro hogar en la esquina de las calles Pinillos y Soparda. Caminábamos por la calle Habana, al llegar al Casino Español de Güines, doblamos a la derecha. Mi padre tenía el mérito (o el defecto) de poder tomarse 10 o 12 cervezas y no notársele. Desde luego, yo con solo mirarle a los ojos sabía si se había tomado una sola.

Ahí nos frenó al lado un carro, manejando iba un señor y al lado su esposa, en el asiento trasero iba un muchacho mayor que yo. Mi padre se puso pálido, la mujer abrió su ventanilla y la del muchacho mientras le decía: “Manolín saluda a Esteban…”

Yo me puse nervioso supongo que era porque el joven me pareció que no estaba bien de su cabeza, pero lo que más me asustó fue ver que -por primera vez en mi vida- el rostro de mi padre estaba lleno de lágrimas. Toda la escena me parecía irreal. No sabía a qué atenerme. Lo que más me sorprendía es que mi padre miraba al joven con la misma ternura que nos miraba a mí y a mi hermano Carlos Enrique.

De pronto, María Ortega y Castellanos con cuatro palabras despejó toda la incógnita: “¡Chico, Manolín, saluda a tu padre!” Fue como si me hubieran dado con un bate en la cabeza. Me quedé frio, estupefacto.

Traté de mirar a mi padre, pero en ese instante él introducía su cabeza por la ventanilla y lograba un apretado abrazo del muchacho. Mi padre se despidió de su ex esposa y de Guido Betancourt.

Me dio la mano y me llevó, en total silencio, hasta la casa. Ahí me dejó y me dijo: “Ahora vuelvo”. Inmediatamente acosé a mi madre con 20 preguntas. Sólo me dijo: “El muchachito sufrió de meningitis, y después de grande creo que fue recluido en una institución en La Habana, pero yo no estoy segura” Y acusatoriamente le dije: “Y  ¿por qué mi padre nunca me ha dicho nada?” y mi mamá me dijo: “Él nunca toca ese tema, es muy doloroso para él”

Mi padre llegó tardísimo y esta vez sí se veía que había tomado. No me dijo una sola palabra y se acostó a dormir. A la mañana siguiente solo atiné a preguntarle: “Papi ¿tomaste mucho porque viste a Manolín?” Y mi padre simplemente me dijo: “Oh, no ¿tú no lo has notado? Yo estoy borracho desde que ese niño se me enfermó”.